Atlas



 MARRAKECH 













Marrakech es la ciudad imperial del sur de Marruecos, lugar de cruce de artistas, feriantes y mercaderes del desierto. El ocre-salmón es el color de la ciudad, y contribuye a acentuar su carácter misterioso, exótico y acogedor al mismo tiempo.












En invierno, el clima templado de la ciudad es ideal para conocer sin agobios sus rincones, y la silueta nevada del Atlas impone un extraño contraste en estas latitudes secas y cálidas.











La plaza de Jema elf Naa, con su increible animación, es centro y símbolo de la ciudad sureña. La plaza es un gran imán, que atrae a músicos, bailarines, artesanos y acróbatas de los más remotos rincones de Marruecos. En este gran escenario todos desarrollan sus artes entre puestos de comida y tenderetes donde se vende prácticamente de todo. 




















Jema elf Naa es la plaza por antonomasia, la máxima expresión del lugar de encuentro, el mercado continuo y la fiesta permanente. La plaza rebosa de sonidos, olores, humos y colores. A pesar de los turistas, el conjunto mantiene un notable aire de autenticidad.


















Más allá se extiende la gran medina de Marrakech, la mayor del Magreb, un laberinto infinito de zocos y callejuelas cubiertas donde todo se vende y la vida transcurre en una rara mezcla de tranquilidad y frenética actividad.




















ATLAS

La carretera que sube desde Marrakech al Oukaimeden es la manera más sencilla de llegar al corazón del alto Atlas. Desde arriba se puede observar el Toubkal, pico mas alto de Marruecos, y otros de más de 4.000 mts.













La carretera serpentea entre increibles paisajes rojizos con pueblos colgados de las laderas y llega a la estación de ski de Oukaimeden, donde un espectacular telesilla te eleva a la gloriosa altura de 3.200 metros, con grandes vistas del Toubkal y otros gigantes nevados, en medio de un paisaje casi lunar.












VIAJE A NINGUNA PARTE...


Atravesar el Atlas es una de las grandes aventuras de Marruecos. Detrás de la gran cordillera desaparecen los rastros de modernidad, y la cultura bereber se desenvuelve pausadamente, con un ritmo exótico y amable. El otro lado de la cordillera es realmente un territorio parado en el tiempo, con paisajes impresionantes y misteriosas ciudadelas medievales.









Saliendo de Marrakech hacia el Este, pronto empiezan las abruptas estribaciones del Atlas. La carretera serpentea dificultosamente por terreno árido y pedregoso hasta ascender a más de 2.000 metros. 










Circular detrás de los lentos camiones en esta larga subida puede resultar interminable. Se requiere paciencia y tranquilidad para admirar el hermoso paisaje montañoso que se despliega en cada curva. 



















Los pueblos de la zona, de construcción simple y economía precaria, muestran una sorprendente armonía con la tierra que les rodea, básicamente por estar construidos de esta misma tierra.









Lentamente, la carretera desciende hacia las llanuras del antiatlas, una zona árida y pedregosa salpicada de oasis verdes donde crecen frondosos palmerales. El paisaje tiene un aire bíblico, ideal para películas de época, como Lawrence de Arabia o las Mil y Una Noches de Passolini, parcialmente rodadas en estos parajes.













Esta es la tierra de las Kasbahs, misteriosas ciudadelas medievales, con los muros de adobe levemente inclinados, que recuerdan vagamente a otras ciudades de Yemen y Oriente Medio. 









La kasbah de Ait Benhaddou es una de las más espectaculares, y está situada a la salida de las últimas estribaciones de la cordillera. La ciudadela de adobe, parcialmente habitada, se sitúa a orillas de un rio, al pie de una colina, en un paraje impresionante.












Unos kilómetros más abajo aparece Ouarzazate, la contraparte de Marrakech en el este del Atlas. Ouarzazate es la principal ciudad de esta región, y su centro es una impresionante kasbah amurallada, con altos edificios de adobe, de colores ocre y rojizo. Otro tiempo.



















Tras dejar atrás Ouarzazate, la carretera discurre paralela a la cordillera, entre paisajes siempre exóticos y fascinantes. Enormes palmerales serpentean entre impresionantes riscos de piedra rojiza, y pequeños pueblos del mismo color parecen camuflarse en un grandioso entorno de piedra y palmeras. 


















Varias gargantas impresionantes cortan bruscamente las montañas, adentrándose en la cordillera. Las gargantas del Todra tienen paredes verticales realmente grandiosas, entre las que discurre un pequeño río, que parece incapaz de haber erosionado las enormes moles de piedra que lo rodean.


























Siguiendo en dirección norte, ya cerca de la frontera con Argelia, se llega a las dunas de Merzouga, una de las imágenes más características del desierto del Sahara. 














Esta es la imagen clásica del desierto, el mito de la naturaleza infinita e imbatible. Arena suavemente organizada en dunas gigantes. Camellos que atraviesan pacientemente la inmensidad dorada. La tierra de Dune. El vacio que permite el crecimiento de todos los sueños, espejismos e ilusiones. 










Durante el dia, el calor, el viento y la arena penetran por cada resquicio, y las largas túnicas azules de los tuaregs son la única manera de protegerse de la agria naturaleza.

Por la noche, la temperatura baja bruscamente, y sólo queda el cielo estrellado e increíblemente brillante, conexión directa con las galaxias, y un té caliente al calor de la hoguera, antes de dormir plácidamente al aire libre, en un gran hotel de mil estrellas.....










Merzouga representa la llegada a la nada, el final de la civilización, de las montañas y del mundo. Más allá, ya no queda nada. A partir de allí sólo hay arena y calor hasta llegar a la sabana....













Tiempo muerto,

reloj de arena,



vacío desierto

en duna llena. 












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